Bernie y yo


El tiempo pasa y hasta sus curvas de metal envejecen, con su brillo caduco y su sonido envolvente. Se pierde en las paredes de papel de un edificio sin horas.

La descomposición comienza en el diafragma de mi cuerpo, continúa a través del esófago, el camino invisible a una velocidad incalculable, hasta su expulsión atómica por la boca. Golpe sonoro de fluidos con la lengua; intercambio amoroso. Esa risa loca, del aire, le regala vida, despierta su voz y termina por pelar, con el tiempo, su intrincada tecnología, como el viento a la roca. Sus intestinos de azófar y los hilos de acero por los que corre su sangre negra no pueden luchar para sacar la nota más aguda, ni para aguantar la más grave. Por fuera casi ni se nota. Sólo el peligroso sudor de mis manos, y no de otras, deja marca y la carcome. Si le quitas la piel se queda como es. De verdad. Es increíble.

Consecuencia: labios rasgados, mala circulación de la sangre en los músculos bucales, callos en los dedos índice y anular de la mano izquierda, y el meñique crónico de la derecha. La boquilla se resquebraja y el latón se clava en la carne.
Desesperación. Impotencia.

Así, hablando por la memoria, parece ayer cuando nos besamos por primera vez. Ya aparenta arrugas veteranas. Da miedo perder la magia de la primera vez. Tal vez, esa magia se encuentra en la ignorancia de que algún día se pierda.

El tiempo pasa y hasta sus curvas de metal envejecen, con su brillo caduco y su sonido envolvente que se pierde en las paredes de papel de un edificio sin horas.

Se llama Bernie. Es china. Es negra. Por dentro y por fuera. Suelo ver mi cara reflejada en su campana.

Pornorradio



Antes de empezar a hablar contigo ya tenía calor. Desde la distancia, me pregunté qué hacía yo ahí de pie, con las cejas inclinadas, el abrigo a punto de caerse y mis manos sujetando una bebida de un desconocido. Ah, y cara de bobalicón. Desde la distancia, aproximadamente unos seis metros y medio, comenzamos a desearnos, de arriba a abajo, sin pelos en los ojos. Esconder el cuerpo, esconderme entre los colores del rubor era lo que me empujaba a mostrarme débil. Presa fácil. Aprovecho mi inseguridad para buscar un pañuelo entre mis trillones de bolsillos y secar mi frente. Ni rastro. Con los nervios se me caen los colores.

Ahora, me descuido. Pestañeo y te veo a diez centímetros de mi nariz. Mientras me hablas de lo buena que es la banda, y de algo más, no puedo evitar tener la mirada vidriosa e imaginarte haciendo travesuras.

Te da por bailar. Me derrites, te deslizas, resbalamos como gotas de sonido en una mesa de mezclas. Te acercas a una distancia de considerable proximidad a lo que es la comisura de mis faders. Me coges de la matriz. Tu mano derecha comienza a cartografiar mis frecuencias. Y la mía por las tuyas, que se mueven solas. Noto tu respiración, intensa y húmeda.
En el tercer riff de trompetas recuerdo mi antiguo propósito de retar mi titubeo ante situaciones de elevada carga libidinosa. Aferro mi mano izquierda a tu ganancia, te dejo apreciar la textura de mi patch pannel contra el borde de tu matriz. Tus filtros chocan contra flexo. Añado una pequeña apertura de faders, liberando el aire caliente que enciende mi cuerpo. Me susurras algo al oído que no entiendo bien, y yo, haciendo como que no ha pasado nada, te contesto:
"me encantaría ecualizarte, de arriba a abajo".

CONTROL: Sube música

Por dónde íbamos. Ah, sí. Intento del comienzo del segundo acto. Muertos de calor, creo, y lloviendo.

CONTROL: Ráfaga

En una pecera, con el creciente riego sanguíneo en zonas erógenas de carácter palpable. De eso sí me acuerdo. Y de los faders. Esos faders húmedos que dejan escapar de vez en cuando un grito ahogado. O un gemido para adentro (es que lo del grito viene luego). Cuando me quiero dar cuenta nuestras manos se han colado dentro.

Ritmo adecuado. 4x2, a cuatro manos. Entramos en canela.

Tus manos se enlazan y las mías se confunden, como tocando un violín. Sin decir nada, ahora sabemos hablar más de una lengua. Seguimos las gotas con los ojos cerrados. Quitamos la envoltura con la yema de los dedos. Al rojo vivo.

- Cuidado que quema

- Lo mismo digo...

Cara A, lametazo viene, lametazo va. Resbalones, jadeos. Lubricante corporal Gran Reserva; 69 usos con sabor a canela, fresa y pistacho. Nos comemos los rulos y nos chupamos enteros. Sucios.

- ¿Y la Cara B?

- Espera

(-Efecto Tape-, sacas la cinta, das media vuelta y la vuelves a introducir)