Arjú




Ya no se pone el sol. Las criaturas no conocerán la diferencia entre amanecer y atardecer. La diferencia terminal entre la mañana y la noche como lo conocían nuestros ojos. La mágica transformación de la luz y de las cosas. Trastornos, desvaríos, fantasmas y delirios; nos enferman y nos acostumbramos, los cuento con cierta indiferencia, como los recibimos cada día, al despertar junto a cadáveres consumidos en arena y pesadillas. La salvación está bajo tierra. Es cavar y cavar, lo más profundo posible, para que el barro húmedo reavive la circulación de la sangre y empape los poros de minerales, sal y azúcar. Hay quien no lo consigue, mientras se deja las uñas y la boca. En el exterior, las células de la piel no duran más que dos kilómetros de oxígeno respirado y los pulmones se taponan de aire arenoso con un buen suspiro. Nadie se lo cree. Nadie tiene tiempo para creerlo. No recordamos el momento en que perdimos la noción de 'tiempo', lo que significa 'un día' o lo que es 'dormir'. Intentamos no separarnos. Si alguien cae, los demás caemos. Nos contamos con los dedos de una mano.

Una gota de saliva lo es todo. Nos bebemos, y las nubes en el cielo parecen no existir.

Pesadilla de un muerto viviente.

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