
Alimentándose a base de cereales, mate cocido, dulce de leche y mucho amor, continuó formándose estudiando tebeos y series de dibujos animados. Poco a poco llegó a ser el espectáculo de la clase. Se subía a la palestra donde el profesor solía entonar el dictado en voz alta, y comenzaba la interpretación. Uno tras otro. Pim, pam, pim, pam. El registro de voces y maneras, de miradas y muecas, era espléndido. Las niñas se meaban encima. Su periodo de esplendor teatral terminó con la consecuente expulsión que sufrió, al ser acusado de chantajear al hijo de la directora con el secuestro de su colección de chupa chups recién importada de Madagascar, a cambio de encerrarse con él allí. Interpretarlo como queráis.

Con conciencia de causa y efecto se jugó la vida en los quirófanos en un ataque de histeria interpretativa. La operación a casquería abierta más importante y complicada en la historia de la cosmética, dejó la imagen física de este artista tal cual un fotograma de película clásica de los años cincuenta. Era lo que buscaba. Un aliento de inspiración. Un alientazo a ajo o a lo que fuera que oliera tan descompuesto que le hiciera ver la iluminación más absurda, que le salvara del vacío que le torturaba. Así quedó hasta los días que corren. Enmascarado en una sombra. La sombra que siempre quiso ser, la que nunca le acompañó.